viernes, 18 de abril de 2014

Reflexión mundana

A mi madre, porque la nostalgia no le es exclusiva.

Viajar por el mundo.
Mirar desde un asfalto nuevo hacia la noche nebulosa
y descubrir a Casiopea con su mismo resplandor
pero distinta, es muy sencillo.
Basta con acumular desvelos en una alcancía.
Basta con almacenar el suspiro inconforme
y hacer de los sueños, la faena cotidiana.

Ahora conozco el mundo.
Una plaza está siendo diseñada con el batir de mis pestañas.
Las casas de las provincias, pueblos y capitales
se aglomeran prontas para ser estampas.
Las monedas surten estrepitosas desde mis palmas.
Los portales y teatros se acuestan sobre un álbum antiguo.
Con mi mano toco el agua de todas las fuentes,
y el paso de un ave
como la sombra de una turba de bombarderos
nubla el firmamento.

Conozco el mundo.
Sé de las personas que sellan sus labios para no maldecir,
de las que conciben injurias en lugar de hijos hermosos,
de las que usan tacones tan altos
que sus cabelleras pajizas se enredan en las turbinas de los aviones
hasta que pierden la razón.
Sé de los lamentos también,
de cómo los latidos se entrecortan con la miseria y la guerra,
de cómo los narcóticos abaten las noches
con sus huestes multicolores.
Sé de los museos insólitos de Oriente,
de las leyendas en vocablos antiguos,
de los templos erigidos para deidades malignas,
así como de los congresos y los gobiernos.

El mundo cuelga de mi cuello:
es un relicario forjado en las brasas del universo
que cada día esculpo
en el centro de mi mano.

miércoles, 16 de abril de 2014

Puntos de escape

Un horizonte tenue se ensanchará encima de los satélites
y sobre él se volcará tu esplendor humano
después de pender de las oquedades celestes
que nos sueltan
y nos dejan a merced del polvo y las simas.

Y cuando caigas y tu cuerpo quede vaciado,
como un amuleto quebrado que pierde su facultad de amparo,
navegarás sobre una laguna apacible
hasta llegar al principio del inframundo.

Mientras tanto,
el universo rechina con la furia de los silbatos,
y se ennegrece con la salida del sol.
Tu realidad se estrella en las palmas de mis manos,
que situadas en el infinito,
son los oráculos en los que tu andar queda atrapado
como en un espejo.
Hay un museo desierto junto al museo desierto de la alameda;
una terraza baldía junto a la terraza baldía en la que se despliegan
nuestros orbes;
hay un perro sin amo junto aquel perro sin amo
que merodea en la basura al anochecer.

Estás en dos sitios a la vez: te proyectas de mi silencio
hacia tus silenciados puntos de fuga.

Puntos de fuga
Fotografía tomada de http://hevidi.wordpress.com/

lunes, 14 de abril de 2014

Accidente vial

El asfalto le engulle en la plenitud del día.
Sus sandalias son nuevas sobre la vejez de la brea y la tierra.
Sus talones, esponjas blancas,
huyen del aceite que vierten los autos sobre la carretera
y del infierno lijoso que en ella se abre.
Una bocina insiste en gritar su nombre
y le convida adonde la negrura gobierna
y la memoria se ensombrece
con el dolor que se extiende sobre la acera.
La sangre deshace sus huellas al instante en que se voltea a buscarlas.
El sol es un eclipse que mutila los ojos de quien le mira
y las nubes, como telones opacos,
encierran pájaros y tormentas.
El tiempo es parecido a la muerte: perenne y llano,
y la llovizna que anticipa un diluvio
sabe a sidra de manzanas,
en el principio de una fiesta.

sábado, 12 de abril de 2014

El extranjero

Llegó a una ciudad cuyo verano se extendía por años.
En sus calles, los lagartos eran estatuas cubiertas de un moho impenetrable.
Perros mortecinos seguían a los transeúntes
y éstos huían
y fragmentaban con sus rostros perlados de sudor
los hatajos vibrantes de moscas y de mosquitos.

La ciudad y su verano implacable le recibieron por la noche,
con el talante de una tolvanera ante un forastero que se emplaza.

No era él, en aquel tiempo,
un viajero intrépido avanzando de frente y sin retorno
por cada paraje mundano que se le antojaba o permitía.
Era, más bien, un vagabundo
que llevaba consigo, adherido a su memoria,
la gelidez de un invierno.

Y como si fuese rastreable la tundra
le cercaron los coyotes, libélulas y culebras.
Le horadaron el rostro con sus colmillos y aguijones.
En una pila amplísima, le vaciaron
y se volvió como un lago rodeado de montañas
que eran los niños y los ancianos.
Los hombres se desvistieron y mojaron sus espaldas.
Las mujeres acarrearon en cántaros todo lo que pudieron.
Desde los picos de las aves, la ciudad fue regada
y la maleza sucumbió al verdor.

Su cuerpo fue arrojado en el páramo.
Sus ojos aún abiertos vieron las nubes de una tormenta.
Y luego,
como en un renacimiento,
el alba le acogió en un bautismo de fulgor.

miércoles, 9 de abril de 2014

Xonaxi Belachina

Sexto presagio funesto: Muchas veces se oía, una mujer lloraba;
iba gritando por la noche; andaba dando grandes gritos:
-¡Hijitos míos, pues ya tenemos que irnos lejos!
Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista.
Miguel León Portilla


Antes de que se tendieran las brasas y la sangre sobre tu efigie
en el templo de la muerte,
fuiste una madre soberbia, impúdica y tenaz
que calcó en la frente de sus hijos
la congoja de la guerra.

Así mutaste en la travesía del bosque:
El canto de la lechuza fue la obertura tremenda.
Tus manos crecieron como serpientes
de cuyas lenguas brotó un río carmesí.
El jaguar huyó del cubil y endechó frente a su ribera.
El venado saltó presuroso hacia la profundidad de su torrente.
Y en su movimiento perpetuo, el de tu alma en un remolino,
el murciélago se extravió.

Así mutaste en la eternidad de la inmundicia:
En tu vientre se asentaron miles de percebes blancos.
Gaviotas te hilvanaron un ropaje tan diáfano que se supo de tu piel quemada
por la hogueras que conducen al inframundo.
Tus ojos huyeron de tu rostro hacia una esfera de luciérnagas.
Arañas plomizas te tejieron un velo para cubrir tus cuencas vacías.
Tu melena se alargó hacia las cavernas 
y en ella trepó la oscuridad.

Así mutaste en la travesía de los templos:
Te volviste mito de luz en la negrura,
y tu llanto se volvió el canto de la sombra.
Madre, diosa y leyenda.

Xonaxi Belachina, Xonaxi Quellacua
Deidad de la muerte, el inframundo y la lujuria
Ilustración de Eduardo Karkemish