domingo, 20 de julio de 2014

Carpe diem

Ella permanece en una vigilia
guarecida en el abismo de su piel.
Su noche ha durado cincuenta años
y ha olvidado como es vestirse
asistida por los brazos del sol de la mañana.

Cuando amanece,
ella teje un escondrijo con los hilos de su cabello.
Desciende por una lianas delgadas
y por una escalera de rosas y granito,
sin percatarse de la espesura en la que se adentra.

Sella con cera herviente sus labios
y vacía sus hermosos ojos castaños.
Graba su nombre sobre un ataúd de lama grumosa;
como una emperatriz atareada
que prepara antes del atardecer
la ceremonia de su muerte.

Al final de cada año, ella mira a través de una fotografía
colgada en un espejo
su cabellera de los ochentas sin tintes ni aromas quemantes,
sus manos sin heridas ni arrugas penosas, 
sus pies albinos e inmóviles sobre el asfalto
que desde entonces amenazaba 
en convertirla en una terrible oscuridad.

Les feuilles mortes, Remedios Varo