jueves, 12 de marzo de 2015

Intersticios: II - Lou Andreas Salomé

"Por suerte, no tengo deseo alguno de dejarme desgarrar:
la mujer auténtica desgarra cuando ama...
¡Ay, qué peligrosos, ladinos, subrepticios animalitos de presa!
¡Y qué agradables a la vez!"
Ecce Homo, Friedrich Nietzsche
Antes que tu mano creara el futuro
desde las cuartillas sobre un buró enmohecido,
hubo una legión de sábanas perfumadas, lirios y canciones
que en ti ocultaron al invierno de toda tu nación.
El tropel transitaba por tu mirada como en un puente,
mirada infantil de Abedul,
mirada recia de árbol viejo.
Los siglos constataron que ningún desnudo
logró impresionarte;
ni las flores ni los pantanos
ni los violines ni la miseria
ni siquiera la sangre de los hombres vertida para amarte.
Nada pudo empapar tu abrigo de armiño.
Nada pudo persuadir a tu agudeza de conmoverse.
¿Acaso en tu frente,
un ojo con pupila de rubí te proyectaba toda la crueldad posible?
¿O una cámara oscura en tu sien te revelaba el futuro?
¿Acaso no se había formado la infamia que erizara los poros de tu piel?
Una legión de secretos, bayonetas y alaridos robaron a tu sangre
la candidez
y la volvieron nieve de un amanecer interminable.
De tus pestañas alargadas
caían los copos gélidos de la estación.
En los recovecos de tu piel de niña
los osos hibernaban, placenteros.
En tu cabello se iniciaban terribles avalanchas
que ya mirabas sin flaqueza.
En el huerto albino de tu hogar escondías la desgracia
de tus pulmones mallugados por el frío.
Un día, tu madre te vio escupir sangre añeja
como vino de otra región.
Sintió que tus manos, tus uñas, tus huesos
eran recipientes de hielo condensando a una mujer destinada al oprobio,
una mujer que huía del imperio tras los pinos
mientras calaba su estómago con cervezas de malta.
Mientras dormías,
tu madre te envolvió en una manta azul
y cuando despertaste era el otoño de una Italia dormida.
Sonreíste,
aún cuando sabías que la frigidez permanecía, vibrátil,
como el brote de una mujer en el centro de tu pecho.  


miércoles, 14 de enero de 2015

Intersticios: IV - Carmen Brannon Vega

Cuando me escribas, dime
cómo se es valiente.
¡Fuera horroroso
morirme en la ingnorancia!
Carta/Ya me curé de la literatura. El soldado desconocido
Salomón de la Selva


¿Sabes cuál es la distancia entre el occidente y el oriente de tu país?
Lo que dura un verso escrito en un tren.

Los rieles melodiosos que atraviesan la vergüenza de la miseria,
las montañas formadas con las entrañas de los que mueren en las guerras,
el bajareque,
las piedras,
el cemento
siempre conducen a la inmortalidad.

¿Sabes cuál es la distancia entre un sueño y la existencia?
Lo que tarda componer un soneto en una estación.

El vagón que carga con tus recuerdos, signos y colores
vibra como una cigarra sobre los rieles.
y los viajeros se arrellanan en el olvido.

¿Sabes hacia dónde lleva el tren que abordaste sin mirar algún lado?
Hacia un soldado que sobrevivió a la barbarie
haciendo de las balas, sombras perversas.

¿Sabes por qué avanzas por un sendero de rosas y pájaros oscuros?

¿Sabes hacia dónde huye la ceniza y el hollín de la locomotora?

¿Sabes cuál es el nombre de la estación en la que vaciarás a tu espíritu,
como perfume de ciprés sobre la tez de la tierra?