lunes, 2 de junio de 2014

Fosas clandestinas

El arqueólogo cuelga de una polea hacia el centro de una ruina sombría.
Su vocación por explorar lo ha llevado hasta un espectáculo siniestro,
que ni el cine ni el narcótico más potente
podrían concederle en esa noche, que en lugar de estrellas, tiene luces de linternas.

El arqueólogo desciende,
mientras tierra armoniza la melodía que antecede a las tragedias.
Sus notas estallan en piedras grabadas con las quimeras de un país futuro.

La primera lluvia del invierno descubrió las caderas de una mujer,
que en verdad era una niña que empalmaba sus pasos imprecisos
con los zapatos de tacón que su padre ahora identifica,
y que aún los mira con desdén.
Junto a ella,
dos cráneos se disputan la edad que perdieron
y los pensamientos -cada vez menos humanos- se les desprenden
como gajos de piel.

El arqueólogo aún no advierte su descenso hacia el inframundo;
él sabe de pinturas rupestres en cuevas,
sabe del problema del Marihua Rojo 
y de la profundidad de una grieta de polillas en un libro proscrito.
Ahora sabe de la barbarie:
Descubre el presente de un país
gobernado por la locura ominosa de la muerte.




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